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Deontológica caricia

(De Inquilinos)



El consumo de caricias crea adicción, obliga al páncreas a bailar en seco, a incinerar el apéndice que se rinde en la boca, a derramar acólitos de esperanza sin fianza, albardar las manos, mirar al mar excavado con amputaciones de anónimo y alcanzar el ciclo de un glóbulo obeso, obseso, sin pasado, apalear el sigilo entre las piernas de la expiación.
El consumo de caricias obliga a la intuición a robar, apilar, criar, por capítulos, la promesa; el capítulo de empapelar los cantos del espacio común deglutido y aplaudir la charla, empedrar la consecuente pared con molares, empujar los silencios al suicidio, engrasar la usura con devoto excitar y secreción de semilla, oficiar la soga, profilaxis de la víctima, adorno en la matanza.
Consumir caricias sin control del vértigo produce insomnio en el vicio, gargarismos en la memoria, fomenta el roce infravenoso, disponer del avón masoca, panales de gritos en el córtex del juicio y la hormona que segrega el flagelo aumenta la producción, el enfoque se da a la bebida, al relato flexible en la jaula del precipicio.
El consumo de caricias en exceso ablanda al macrocéfalo oferente de prácticas legales, atenta contra el denunciante que busca sus restos de sinopsis, de boceto, de callo.
El consumo de caricias recubiertas de queja incita al homicidio, aumenta la demanda de nubes, el gravamen barbitúrico, la cotización de la depresión y el coste de la respiración, el derecho a la deuda, el látigo y la propina, el alquiler de la pena, el sexo top asceta y el peritaje del pedantólogo, el plazo en la ejecución del depositario de caricias derramadas sobre el descuido del amor.

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